El entusiasmo por A lo lejos, de Hernán Díaz

Hace unos días leí de tres sentadas una de las novelas que más hondo me han tocado en mucho tiempo. Se llama A lo lejos y la escribió Hernán Díaz, un profesor de literatura que trabaja en la Universidad de Columbia. Pero Hernán Díaz, que es argentino, no la escribió en español sino en inglés, y al original no lo llamó A lo lejos sino In the distance. Lo que leí yo fue la estupendísima traducción de Jon Bilbao que publicó Impedimenta. Hay una historia entretenida detrás de la publicación de la novela, una historia de rechazos editoriales y de persistencia solitaria, pero ese no es el tema de lo que quiero escribir ahora. El único objeto de estas líneas es dejar algún registro del impacto grande que sus páginas me produjeron.

Como se puede leer por todos lados, A lo lejos cuenta la historia de Håkan Söderström, un niño sueco que emigra a los Estados Unidos allá por 1850. Los enredos iniciales del argumento son sencillos: el destino de Håkan y su hermano Linus es Nueva York, pero en Portsmouth se pierden, Håkan toma el barco equivocado y termina dando la vuelta por el Cabo de Hornos hasta llegar a San Francisco en plena fiebre del oro. El propósito de Håkan será llegar a Nueva York y juntarse otra vez con Linus, y para ello se propone cruzar el continente como pueda.

Es, sobre todo, un libro que elabora la soledad. Ese es el cuesco de la novela, su hueso seco y duro. Pocas veces he leído tantas variaciones sobre la cuestión de estar o quedarse solo, y pocas veces me ha pasado que cada una de esas variaciones alimenta la comprensión que tengo de ella. En principio se trata del idioma: Håkan no sabe hablar inglés y todo el mundo habla en inglés. Rápidamente ese aislamiento se convierte en una soledad más radical, porque la empresa minera —un modelo bastante desnudo de los valores y las miserias del capitalismo— se trata mucho menos de asociarse que de competir hasta la muerte. En el horizonte está el encuentro final con Linus, ese deseo de fusión con otro que es una parte de él mismo, pero la experiencia cotidiana termina siendo, cada vez, una forma distinta de estar solo. Todos los que tenemos alguna herida en la sociabilidad sabemos de qué se trata eso, todos los que nos hemos sentido excluidos de alguna forma conocemos la ambivalencia entre el deseo de coincidir y la distinción de la diferencia. El Halcón (así lo llaman los gringos, incapaces de pronunciar su verdadero nombre), atraviesa esa ambivalencia, la trasciende hacia abajo, se adentra en la soledad mucho más profundamente de lo que podemos sospechar, de lo que hemos conocido. Håkan está solo de una manera sublime, y su sufrimiento (que nunca es plañidero, es más bien perplejo) también alcanza cotas sublimes de intensidad. La ficción más lograda de la novela, me parece, no está en la cita al western ni en situar los hechos en el pasado. Está en esta elaboración sutil y taraceada de la soledad: el capítulo 20 es un perfecto diagrama formal de ella, y al terminarlo dan ganas de aplaudir, porque la expresión emotiva alcanza su mejor expresión estilística. Nadie —espero— ha estado nunca tan solo como lo está el Halcón en la novela, y si es posible esa soledad no creo que sea posible volver de ella. El narrador, sin embargo, lo hace.

Las versiones del mundo. A lo lejos es una novela del presente que habla del presente, y eso es evidente en su perspectiva mundial (habría que discutir si se trata de una mirada verdaderamente global). Me refiero al mundo representado, el mundo tal como lo imaginamos; a la novelización del mundo, como ha dicho Mariano Siskind. La primera versión del mundo tiene la forma de un mapa y la podemos seguir a través de los movimientos de Håkan: Noruega, Inglaterra, Irlanda, Argentina, Chile, Estados Unidos. Hay un orden, un sistema de flujos económicos y de movimientos de personas que dan forma a eso que Håkan habita y en lo que se mueve. Luego entramos al desierto, una especie de concentración particular: es el desierto de los Estados Unidos, un paisaje siempre igual, estrecho, pequeñísimo en su vastedad. Es el escenario de una persecución a veces imaginaria y otras real, es decir, el escenario en donde el Halcón se juega la vida y la muerte. Poco a poco ese vasto encierro comienza a abrirse por dentro y ya no es una enorme celda, como en el cuento de Borges, sino un espacio otra vez inconmensurable, un universo, una segunda versión del mundo que el Halcón va descubriendo como un nuevo Cristóbal Colón. En uno de los momentos más conmovedores de la novela Håkan se pregunta, tras todo el tiempo que ha pasado errando en ese espacio, si no habrá dado la vuelta al mundo. El desierto de los Estados Unidos se ha tragado al mapamundi; se convierte, en la práctica, en una nueva totalidad. Maravillosa geometría no geométrica, terrible descripción del presente, en donde nuestro paisaje va tendiendo a la monotonía de una sola versión de lo moderno. La soledad del Halcón va siendo la soledad del migrante, del que se mueve de un país a otro, de una cultura a otra. La soledad del presente.

El amor. La relación entre Asa y Håkan, versiones mudas y apenas disimuladas de Cruz y Martín Fierro, es uno de los pocos espacios de reparo que el libro ofrece para aguantar la borrasca cruel de la soledad. En algún momento, por fin, alguien mira con cariño al Halcón, alguien se preocupa de él. Siempre estamos en la duda sobre el carácter de esa relación (al menos de parte de Asa, adivino, es erótica), pero esa duda tiene poco que ver con la naturaleza del amor que se desarrolla entre ambos. Lo que hay entre Asa y Håkan es algo completo, desesperado, vital. Es un amor que cae literalmente como agua en el desierto para Håkan, y que de alguna manera lo salva (y lo pierde). Que sea un amor homosexual es un dato curioso, pero el que su naturaleza sea o no erótica no tienen ninguna importancia. A mí me resultó un modelo interesante para pensar, otra vez, el presente. En un momento en el que cada identidad se esfuerza por alcanzar visibilidad y reconocimiento, en el que cada pequeño rasgo que nos caracteriza merece una descripción detallada, la novela ofrece una forma absoluta de amor entre dos hombres que no necesita visibilidad y que no busca una definición. Se vive fuera de la mirada del tercero, una de las pocas ventajas de la radical soledad del Halcón (es de hecho, algo que queda fuera de la leyenda que va tejiéndose a su alrededor).

La literatura. A lo lejos está hecha, sospecho, de una dura soledad sufrida en carne propia, pero también está hecha por completo de literatura. En varias entrevistas su autor ha contado cómo fue que resistió la tentación de visitar los lugares en donde transcurre el argumento, cómo fue que su libro está hecho sobre otros libros. La lista de referencias que distinguí o imaginé distinguir es interesante: Robinson Crusoe, el Mowgli de Kipling, el Marlowe de Conrad, Martín Fierro, Frankenstein, Blade Runner, Cervantes, Borges, Cortázar. Una experiencia tan difícil de describir como la de la soledad absoluta recurre a un sistema de referencias conocido y querido para ayudarse a decir lo que cuesta decir. Así, supongo, funciona. Pero también es un rompecabezas, y eso agrega una dimensión de juego, de adivinanza y de puzzle. Una escena tomada del Quijote lo cita y lo varía: ofrece cosas nuevas pero también una referencia en medio de lo desconocido. No quiero entrar en detalles porque sería carnear groseramente un texto trabajado hasta el detalle; esa descripción le corresponde más a la sobremesa o a la escritura académica.

Se me quedan miles de cosas en el tintero. Qué importa. Al menos pude darle forma a cuatro entusiasmos que A lo lejos logró despertarme.

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